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CUESTE LO QUE CUESTE

María se apartó de la gente y se puso al lado de la ventana. Eran las dos y media de la madrugada, y la fiesta todavía continuaba. A pesar de que ella estaba cansada, decidió permanecer de pie para no incomodar a su marido. Era su momento, su día, su fiesta, por fin su marido, lo había logrado, sería el nuevo presidente de la República. Ahí estaba ella, en aquella fiesta, observándolo en todo momento, orgullosa de él. Se lo merecía, realmente se lo merecía. Había trabajado mucho, y se había sacrificado mucho por su país. No conocía persona más íntegra y responsable que su marido. Por un instante, ella se distrajo de él, yendo sus pensamientos por otros derroteros. No se sabe ni cómo ni por qué, pero María, le vino la absurda idea, por el momento elegido en pensarla, de poner un zapatero en la habitación de matrimonio de su casa. Visualizó un enorme zapatero, y como una niña con un gran secreto, quiso hacer partícipe a su marido de su nuevo proyecto. Al dirigirse hacia él, unos hombres le impidieron el paso, fue entonces cuando se percató de que él no estaba en la fiesta. Ella quedó quieta junto a la ventana otra vez, y con la mirada perdida, se quedó mirando, tras ella, el jardín.

Vio a otros dos hombres discutiendo en el jardín, uno de ellos se le quedó mirando. De repente, María, sintió un desazón en todo su cuerpo. «Mal presagio», pensó ella. Hizo un recorrido por su vida en un instante, deteniéndose en la etapa en la que conoció a su marido. Fue en un hospital psiquiátrico. Ella llevaba un mes, cuando lo ingresaron a él, aquejado de esquizofrenia. Los dos la sufrían. Se enamoraron inmediatamente, nada más verse, pero eso no impidió que María siguiera con su promiscuidad, quedando embarazada de no se sabe quién. María decidió abortar sin el conocimiento de quien sería su marido. Se lo hizo una curandera, conocida suya, que no tenía los suficientes conocimientos médicos, destrozándola por dentro, lo que hizo que María no pudiese quedar embarazada después, cuando, ella y su marido, así se lo propusieron. Enseguida, llegó la boda, sin antes, hacer prometer a María, que jamás contaría lo de la enfermedad de su futuro marido. Debía quedar en secreto. María tuvo un matrimonio feliz, pero eso no evitó que siguiera siendo promiscua durante el mismo, no por ganas, sino, por la soledad que representaba ser la mujer de un hombre de negocios tan importante para el país.

Cuando se casaron, él todavía no tenía el deseo de hacer carrera política. Evidentemente, los episodios de esquizofrenia de María, su promiscuidad, el aborto, saldrían a la luz, ahora que él era presidente. Ella, sabía, que su matrimonio había llegado a su fin. Sería juzgada y condenada por la prensa. Su marido, fue su único apoyo, en su enfermedad. Ahora quedaría sola, a la deriva. Realmente, María, estaba enamorada de él, desde el mismo momento, en el que lo vio entrar por la puerta del pasillo once de aquel hospital psiquiátrico. Ésta recogió su abrigo del perchero, y se fue de la fiesta, una vez meditado su nuevo plan, para proteger a su marido. Camino a casa, reflexionó sobre qué ridícula le parecía ahora la idea de hacer un gran armario para sus zapatos.

Al llegar a casa María, encontró a su marido sentado en su sillón, absorto, con la mirada perdida, frente a la chimenea, con un vaso de whisky en la mano izquierda. María quedó de pie detrás de él, diciéndole con voz quebrada que había venido a recoger sus cosas para marcharse a casa de sus padres. Que lo entendía todo. Qué no hacía falta que él se lo pidiera, que ella le daría el divorcio. Él la miró, y tras un silencio, le respondió que qué injusto sería tomar aquella decisión, que él también tenía secretos: «Te acuerdas cuando me ingresaron en aquel hospital. Nunca te lo he dicho, pero fue por matar a una persona. Mi familia se encargó de taparlo todo. Tu promiscuidad nunca me ha importado, también lo he sido yo. Aunque la idea de tener hijos siempre me ha gustado. Sé que no puedes tenerlos desde aquel aborto que tuviste. Te perdono la mentira, ahora tienes que perdonarme a mí la mía. He llegado aquí, a ser presidente, gracias a ti. Tú hiciste que me recuperara de mi enfermedad, incluso de la muerte de aquel hombre, que tengo tan presente todos los días de mi vida. He podido salvarme con tu apoyo y tu cariño. Tú no te vas de esta casa. Seguiré contigo cueste lo que cueste».

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