El Hijo Rey

 

¡Qué penetre en ti el ardor de mi cuerpo, el candor de mis adentros… y la blancura de mi piel en tu pensamiento!, ¡qué la delgadez de mi cuerpo se acoja en tu seno!… ¡y qué por fin Dios, nos haga desvanecernos en fuego! forjando los designios del hijo Rey que engendrarás en mi cuerpo, como patria sin consuelo.