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LAS TRES HERMANAS

Se abrazaron las hermanas. Delante, el cristal que las separaba del ataúd de su madre. Cogidas de la cintura, las tres, se balanceaban al ritmo del llanto. Su madre, ya iba a ser enterrada.

Los demás dolientes las miraban, sólo podían ver sus cuerpos de espaldas. La imagen fraternal era hermosa. Las tres vestidas de negro, las tres sin consuelo. Engendros de la madre muerta, nunca antes había habido tanto sentimiento al descubierto. Supieron las tres, en ese preciso momento, que el rostro de su madre, se iba a quedar, solamente, en el recuerdo. Hipnotizadas, mirando a la muerta, se despidieron.

Cogidas de la cintura, se miraron, sonrieron y extrañadas, más se unieron, pues las tres sabían que era el deseo de su madre desde que nacieron, pero nunca antes, se atrevieron a unirse cómo aquel día lo hicieron.

¡Lástima, que se haya de enterrar a un muerto, para ver tanto amor fraterno! dijo el padre a la madre, cubriéndola de besos.

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EL LÁTIGO

Fue un día estupendo. De esos que no se olvidan. A mis cincuenta, conseguí embutirme un pantalón vaquero blanco y un top negro, cosa que no fue fácil, pero me di por satisfecha por la hazaña conseguida. Quedé con gente del trabajo, concretamente a las dos de la tarde, sabía que no podía pasarme de la raya haciendo tonterías, aun así, daba por hecho, que iba a desconectar de todos mis problemas. Salí a por todas; a desfogarme.

El «tardeo», como se dice en España a la fiesta que comienza por la tarde y termina en la noche temprana, se ha convertido en una costumbre de viernes en Murcia. Sin darte cuenta la sangre lo pide cuando terminas tu jornada laboral de la semana, para aquéllos que son afortunados de tener un trabajo decente. Y los que somos de sangre caliente más, por vivir en el sur, ésta nos hierve.

Afortunadamente, hoy en día, hay libertad, y te ves en ese tardeo, un grupo heterogéneo de personal. No hace mucho, que una mujer de cincuenta en España, estaba mal vista por salir de marcha para buscar compañía y pasarlo bien.

Aquel día me sentí empoderada. Bailé la canción de «Zorra» no sé cuántas veces. Y disfruté. Conocí a un chico que era unos meses más joven que yo, jamás había estado con alguien más joven. Quise hacer valer mi statu quo, y sentirme libre, libre de todo prejuicio. ¡Y claro que me acosté con él aquel día! Jadeé cómo una perra hasta la extenuación.

Fui la mujer más feliz del mundo en ese momento, por sentir la libertad en mis venas.

Tres meses después, me diagnosticaron el VIH. Al enterarme, me dio más rabia, mi ingenuidad que mi nueva enfermedad. ¡Pensar, que yo podía ser libre, estar fuera de toda convicción! Ahora sé que fue una equivocación, una imprudencia, pues hay circunstancias que escapan de nuestro control, y una de ellas son las enfermedades, más peligrosas que una bomba atómica o que un látigo para los esclavos. Sin duda, las enfermedades son el látigo, el yugo, de la mortal población.

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MENTE LÍQUIDA

Se acordó, de repente, que era tarde. Tarde, para pedirle perdón. Decidió proseguir su camino, sin él. Le agotaba la idea de tener que dar explicaciones, pues éstas, estaban enmarañadas en su mente. No fue fácil para ella dejar a alguien por el camino, es una decisión difícil, cuando ha habido tantos años de complicidad, pero, llegado el punto de inflexión, pensó que era mejor así. No compartían nada, por lo que desligarse de su compañía no le costó trabajo, aunque durante un tiempo sufrió la pena de perderlo.

Enseguida, ella, recobró la ilusión, y el trozo cortado de vida regeneró. Llegó su cumpleaños, y, rodeada de amigos, le regalaron un viaje. En ese viaje, fue acompañada por dos de ellos. A regresar de este viaje, ella se sintió reconfortada. La desconexión del mundo que la rodeaba durante una semana, le hizo adquirir cierta sensación de libertad, logrando, por una vez, tener el control de su vida.

El pasado no era una opción para ella. Veía el futuro como un abanico de opciones de las que no estaba dispuesta a renunciar. Fue entonces, cuando germinó en ella la ambición. A sus cuarenta años, jamás la había experimentado. Esa sensación, le hizo huir de todo aquello que la ataba a la mediocridad. Sin darse cuenta, comenzó a huir de sí misma. Tanto se alejó de ella misma, que perdió la cabeza. La internaron en un psiquiátrico, pues adquirió cierta libertad en su mente peligrosa, que no se correspondía ya con el mundo real, por lo menos, así lo convinieron.

Cuando Mario, él, se enteró de que ella no estaba bien, quiso volver a su vida. Durante un tiempo, le fue imposible, dado el rechazo de ésta. Pero, poco a poco, consiguió, que ella, le tomara cariño, otra vez. Curiosamente, el pasado hizo que, María, recobrara el sentido común. Su mente líquida pasó a sólida, y enseguida, pudo salir de aquel psiquiátrico. Ella sintió, que parte de su cuerpo se desprendía, sin embargo, prefirió vivir mutilada, a no vivir.

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HOY TE TOCA A TI

«Hoy te toca a ti». Así es como comenzaba cada tarde para mí y para mis primos. Soy de Venezuela, y mis primos también. Éstos son tres: Clara; Enrique y Morgan.  Cuando vinimos a España, mi madre se las prometió felices. Vinimos con mi tío Pablo, el hermano más joven de mi madre. Mi madre enseguida consiguió trabajo gracias a su hermana mayor María, que desde hacía un año ya estaba instalada en Barcelona. Le consiguió trabajo en la peluquería en la que trabaja ella como empleada. El sueño de mi madre y el de mi tía María, era el de tener su propio salón de belleza. Más tarde lo conseguirían, sacrificando a lo que más querían: sus hijos.

Viendo ellas que no tenían tiempo para mí y mis primos, recurrieron a mi tío Pablo, el protegido de éstas. Aquél, todavía estaba estudiando, y todos nosotros albergábamos grandes esperanzas en él. Prosperar era el objetivo de la familia. Mi madre y mi tía María, le pidieron a Pablo, que nos cuidara a mí y a mis primos, mientras ellas estuvieran trabajando. Mi tío aceptó.

Todo era alegría en mi familia, hasta que un día mi prima Morgan, la más pequeña de nosotros, rompió a llorar en una Nochebuena, cuando me vio a mí irme a la habitación con mi tío Pablo. Mi tía María preocupada por su hija Morgan, le preguntó qué le pasaba. Yo le dije a mí prima que se callara, pero ella lloró más todavía y dijo gritando mientras abrazaba a su madre: «Hoy me toca a mí». «¿Qué te toca a ti?» dijo seguidamente mi tía María. «Me toca jugar a los papás y a las mamás» contestó mi prima Morgan. Pablo le gritó que se callara, pero ella dijo que ya no quería guardar más el secreto. «Pablo y yo somos un papá y una mamá, y jugamos a querernos mucho en la cama». Mi madre soltó de repente un alarido, y fue entonces cuando mi tío Pablo saltó por la ventana, cayendo al vacío, rompiéndose una pierna.

Mi madre y mi tía María, se enteraron por mí, de todos los abusos sexuales a los que habíamos estado sometidos mis primos y yo durante tres años. Todavía me acuerdo, que nos hizo creer, mi tío Pablo, que nos quería y que en la cama íbamos a jugar como jugaban nuestros padres. Cada día elegía a uno de nosotros. Siempre decía la misma frase antes de jugar: «Hoy te toca a ti». Y si no le hacíamos caso, nos amenazaba con regresar a Venezuela y dejarnos solos con mis abuelos, por portarnos mal con él.

A mi tío Pablo, le diagnosticaron la «triada oscura»: narcisismo; psicopatía y maquiavelismo. Un «hijo puta» sin cura, así lo definió mi madre.

Sin cura… fueron las palabras que más me impactaron.

He estado toda mi vida con tratamiento psicológico, pero gracias al coraje de mi madre por denunciar, yo, a diferencia de él, sí tendré cura, y una nueva oportunidad en la vida, aunque sepamos que ese «hijo puta» sin cura, saldrá de la cárcel pronto.

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IMPACTO

Hay hechos que impactan, y que como fantasmas conviven con nosotros para siempre. Todavía no entendía yo lo que era la muerte, porque tan solo contaba con cinco años cuando me choqué de frente con ella. Ocurrió en las fiestas de mi barrio, a principios de los años ochenta, en un día luminoso, es lo que recuerdo. Recuerdo que la luz cegaba mis pequeños ojos, por lo que andaba ligeramente a tientas, cogida de la mano de mi padre. El ruido de la feria perturbaba mis oídos, aún así, quería ir hacia ella. La ilusión embriagaba mi alegre carácter. La impaciencia hizo que me subiera al carrusel en marcha. De repente, vi una mano delante de mí ofreciéndome ayuda para que yo mantuviera el equilibrio, era la de un niño. Me ayudó a subir al caballo blanco de metal. Era mayo, y yo llevaba un corto vestido rojo. El niño tenía unos preciosos grandes ojos negros. Él se subió al otro caballo contiguo al mío. Nos cogimos de la mano, mientras el tiovivo daba vueltas. Mi cuerpo, por primera vez, se estremeció de alegría por el contacto de un hombre. Todavía siento el júbilo que me producía el mirar a ese niño que me sujetaba. El tenía ocho años. Cuando terminó el viaje del carrusel, mi padre me cogió en brazos y me bajó de él, y nuestras manos se separaron. Él también bajó de aquella máquina, cogió su bicicleta y se marchó.

Por la tarde, estando yo acostada en mi cama, me entró una especie de sofoco motivado por el calor propio del mes de mayo. En especial aquel día, hizo bastante calor. Mis padres no estaban en casa, así que decidí salir a buscarlos al bar de mi tío, que estaba una manzana más allá. Al doblar la esquina, vi un grupo de gente espantada, con cara de horror, mirando al suelo. Una mujer gritaba desconsoladamente. Me dirigí hacia ellos asustada. De repente, noté unas manos que tiraban de mi brazo apartándome de aquel lugar, pero no sin antes, poder ver el cuerpo de un niño tirado en el suelo, con la cabeza destrozada. Sus ojos estaban fuera de ella. Quien tiraba de mí era mi padre. Me llevó a casa y me dijo que aquello que había visto era un muñeco, una broma pesada de algún feriante. Qué me olvidara inmediatamente de aquello.

Diez años más tarde me enteraría que aquel cuerpo tendido, no era el de un muñeco, sino, el de aquel niño, el cual, me ayudó a subir a aquel carrusel. Me lo contó, curiosamente, mi padre, en una sobremesa, en un día en el que estaba relajado, tal vez, de más, porque no se acordó de que yo no lo sabía. Me contó que le atropelló un camión.

Me acuerdo de sus preciosos ojos negros, y del calor de su mano. Quiero pensar que fue el primer amor de mi vida, y jamás, ningún otro hombre, ha podido superar, aquel júbilo que yo sentí cuando los dos permanecimos cogidos de las manos delante de todos. 

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CUESTE LO QUE CUESTE

María se apartó de la gente y se puso al lado de la ventana. Eran las dos y media de la madrugada, y la fiesta todavía continuaba. A pesar de que ella estaba cansada, decidió permanecer de pie para no incomodar a su marido. Era su momento, su día, su fiesta, por fin su marido, lo había logrado, sería el nuevo presidente de la República. Ahí estaba ella, en aquella fiesta, observándolo en todo momento, orgullosa de él. Se lo merecía, realmente se lo merecía. Había trabajado mucho, y se había sacrificado mucho por su país. No conocía persona más íntegra y responsable que su marido. Por un instante, ella se distrajo de él, yendo sus pensamientos por otros derroteros. No se sabe ni cómo ni por qué, pero María, le vino la absurda idea, por el momento elegido en pensarla, de poner un zapatero en la habitación de matrimonio de su casa. Visualizó un enorme zapatero, y como una niña con un gran secreto, quiso hacer partícipe a su marido de su nuevo proyecto. Al dirigirse hacia él, unos hombres le impidieron el paso, fue entonces cuando se percató de que él no estaba en la fiesta. Ella quedó quieta junto a la ventana otra vez, y con la mirada perdida, se quedó mirando, tras ella, el jardín.

Vio a otros dos hombres discutiendo en el jardín, uno de ellos se le quedó mirando. De repente, María, sintió un desazón en todo su cuerpo. «Mal presagio», pensó ella. Hizo un recorrido por su vida en un instante, deteniéndose en la etapa en la que conoció a su marido. Fue en un hospital psiquiátrico. Ella llevaba un mes, cuando lo ingresaron a él, aquejado de esquizofrenia. Los dos la sufrían. Se enamoraron inmediatamente, nada más verse, pero eso no impidió que María siguiera con su promiscuidad, quedando embarazada de no se sabe quién. María decidió abortar sin el conocimiento de quien sería su marido. Se lo hizo una curandera, conocida suya, que no tenía los suficientes conocimientos médicos, destrozándola por dentro, lo que hizo que María no pudiese quedar embarazada después, cuando, ella y su marido, así se lo propusieron. Enseguida, llegó la boda, sin antes, hacer prometer a María, que jamás contaría lo de la enfermedad de su futuro marido. Debía quedar en secreto. María tuvo un matrimonio feliz, pero eso no evitó que siguiera siendo promiscua durante el mismo, no por ganas, sino, por la soledad que representaba ser la mujer de un hombre de negocios tan importante para el país.

Cuando se casaron, él todavía no tenía el deseo de hacer carrera política. Evidentemente, los episodios de esquizofrenia de María, su promiscuidad, el aborto, saldrían a la luz, ahora que él era presidente. Ella, sabía, que su matrimonio había llegado a su fin. Sería juzgada y condenada por la prensa. Su marido, fue su único apoyo, en su enfermedad. Ahora quedaría sola, a la deriva. Realmente, María, estaba enamorada de él, desde el mismo momento, en el que lo vio entrar por la puerta del pasillo once de aquel hospital psiquiátrico. Ésta recogió su abrigo del perchero, y se fue de la fiesta, una vez meditado su nuevo plan, para proteger a su marido. Camino a casa, reflexionó sobre qué ridícula le parecía ahora la idea de hacer un gran armario para sus zapatos.

Al llegar a casa María, encontró a su marido sentado en su sillón, absorto, con la mirada perdida, frente a la chimenea, con un vaso de whisky en la mano izquierda. María quedó de pie detrás de él, diciéndole con voz quebrada que había venido a recoger sus cosas para marcharse a casa de sus padres. Que lo entendía todo. Qué no hacía falta que él se lo pidiera, que ella le daría el divorcio. Él la miró, y tras un silencio, le respondió que qué injusto sería tomar aquella decisión, que él también tenía secretos: «Te acuerdas cuando me ingresaron en aquel hospital. Nunca te lo he dicho, pero fue por matar a una persona. Mi familia se encargó de taparlo todo. Tu promiscuidad nunca me ha importado, también lo he sido yo. Aunque la idea de tener hijos siempre me ha gustado. Sé que no puedes tenerlos desde aquel aborto que tuviste. Te perdono la mentira, ahora tienes que perdonarme a mí la mía. He llegado aquí, a ser presidente, gracias a ti. Tú hiciste que me recuperara de mi enfermedad, incluso de la muerte de aquel hombre, que tengo tan presente todos los días de mi vida. He podido salvarme con tu apoyo y tu cariño. Tú no te vas de esta casa. Seguiré contigo cueste lo que cueste».

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¿EXISTE LA BELLEZA?

Me tumbé en un campo de preciosas amapolas, y me picaron los mosquitos.

Quise sentir el placer del tacto en mi espalda, con la fricción de unas manos ajenas, en un salón de belleza, pero solo, logré ver los pies hinchados, desde la camilla en la que yo estaba acostada, de una trabajadora agotada por el cansancio de una larga jornada.

Quise escuchar, en el teatro, la más bella aria de ópera jamás cantada, para después descubrir que el tenor era un depredador con sus compañeros de canto.

Leí poesía, para sentir la sensibilidad humana, mientras la escribana hacía números con la caja recaudada.

Y yo me pregunto, ¿existe realmente la belleza, o es que, tan solo soy incapaz de ir a tientas para poder verla?

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LO MEJOR DE LEO

Lejos de ser una cigüeña, una paloma de plumaje oscuro pareció informarme, mientras yo iba hacia el instituto, lo que más tarde se confirmaría, que estaba embarazada. En aquel entonces, era alumna repetidora de cuarto. Repetir curso fue una mala noticia para mis padres, que están separados. No considero que mi familia sea una familia desestructurada, aunque mis padres no se lleven bien, porque sé que son personas cívicas que el destino no las ha querido juntas. Siempre he aceptado esta situación, y no les culpo del daño que me han hecho, pues, han hecho lo que han podido, sobre todo para hacerme feliz a mí. Soy hija única, y pertenezco a esa clase media que se tambalea, en ocasiones, según gastos, hacia el precipicio de cierta pobreza en su bienestar social, aun así, nos mantenemos.

No sé por qué, pero al ver a esa paloma negra, sentí que dentro de mí algo se estaba engendrando. Lo primero que pensé al sentir esto, fue cómo decírselo a mis padres, y después a él. Todavía me acuerdo de cuando conocí a Leo. Tenía dieciséis años, él era mi profesor de educación física. Éste procedía de otro instituto, e iba a sustituir a Carlos, mi antiguo profesor. Carlos, aunque no importe mucho, lo habían operado de los pies, por lo que, estaría de baja todo el curso. Leo, llegó como un príncipe, en su bicicleta, el primer día de clase. Enseguida se mostró cercano a nosotros, sus alumnos, lo que dio lugar a que yo me fijara en él, como una especie de «salvador» a todas esas inquietudes, que yo como hija, no podía contar a mis padres. Por ejemplo, viví una etapa bisexual, y eso, me marcó bastante. Me sumergí en mí misma, y no quería subir a la superficie para respirar, lo que provocó en mí, un retroacción en todos los aspectos de mi vida. Leo, con su cercanía logró que yo confiara en él. Un día hice por quedarme la última en clase para salir, él estaba ordenando el material de deporte, espaldas a mí. Me propuse ayudarle en esa tarea, sabía que la conversación iba a surgir, y surgió. Él me dijo que no creía en eso de la bisexualidad, creía en el blanco y en el negro, pero no en sus tonalidades en el plano sexual. Intentó convencerme para que me diera un tiempo para relajarme y pensar, que el curso estaba siendo bastante duro, y que lo que me estaba pasando, posiblemente, era, que estaba sometida a mucho estrés. Además, eso de que mis padres estuvieran separados, eso también debía influir negativamente en mí. Le hice caso, pero desde aquella conversación, nuestra relación pasó al plano personal. Él se mostraba cariñoso conmigo, y yo, también con él. Nos gustaba quedarnos a solas para conversar cuando finalizaban las clases, hasta que un día me insinue a él. No fue a premeditado, salió sin más así. Quise que un verdadero hombre me iniciara en el sexo, estaba harta de críos. Aquel día, él meditó durante un instante, para después dejarse llevar por mí. Me hizo descubrir el sexo, y eso era algo, que a Leo le excitaba bastante, más que el acto en sí.

No tardó mucho tiempo en correrse la voz en el instituto de que Leo y yo éramos amantes. Claro está, la directora de éste, nos separó nada más enterarse. Tuve suerte, el rumor no llegó a mis padres. Todas las noches soñaba con volver a ver a Leo otra vez. Al enterarme de que estaba embarazada, algo creció en mí, una intensa fuerza interna. Hice para coincidir con Leo, mi único deseo, pero éste, ya no quería saber nada de mí. No me dio opción para contarle lo que me estaba sucediendo, que estaba embarazada. Simplemente me dijo, que su función para conmigo ya había acabado, pero que debía sentirme contenta, porque efectivamente, o, se es blanco, o, se es negro, y que yo era blanca gracias a él.

He pasado mucha penurias, las propias de una madre soltera, pero siempre he tenido el apoyo de mis padres. Gracias a ellos, he sobrevivido. Jamás pensé decir esto, pero ahora estoy preparada para decirlo, a mis dieciséis años, conocí a un idiota, y agradezco a la vida por separarnos, o sino, no hubiera experimentado en mí esa evolución como persona, la cual te abre la mente, y te sientes libre. Conocí en la carrera, a Ana, mi actual pareja. Llevamos diez años juntas, y me ha ayudado muchísimo en criar a mi hija, también. Ella, la niña y yo somos una familia feliz. Ahora sé, que la función de Leo en mi vida fue proporcionarme el mejor de sus espermatozoides.