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JUSTICIA MUNDIAL

¿Nunca te has enamorado de tu psicólogo o psicóloga? Fue una putada para mi pareja, pero así sucedió.

Caí en una depresión, de esas que no tienen explicación, porque en verdad, posees todo aquello que puede hacer feliz a una persona: salud; amor; dinero…pero me faltaba algo fundamental: el respeto.

No me respetaba, me maltrataba a mí misma, y eso, me hizo de cristal.

Le sugerí a mi pareja, que, por favor, buscara ayuda. Él, sin comprender lo que estaba pasando, la buscó. Me dio el nombre de un psicólogo. Yo, entonces, no podía imaginar lo que iba a cambiar mi vida. En el mismo momento, en el que él pronunció su nombre, mi mente y mi corazón hizo un clic.

La esperanza me invadió. Hace cuarenta años, no era usual ir a psicólogos, pero, simplemente, la idea de que alguien me comprendiera me ilusionaba.

Llegó el día tan esperado, el día de la primera consulta. Yo, realmente, estuve esperando ese día con mucha impaciencia, dadas las expectativas formadas ante un posible alivio a mi dolor.

Llamé a la puerta de su consulta, él dijo: «Pase», y, yo, lógicamente, pasé directa a su corazón. Hombre atractivo, los veinte años de diferencia no me importaban. Me senté en la silla que estaba frente a él. Nos separaba la mesa. Crucé las piernas, y me dije: «Éste para mí», y se me fueron todos los males.

Durante tres años abordé mi plan de conquistarlo con absoluta exquisitez, y lo conseguí.

La felicidad me duró poco, a los cincuenta quedé viuda. Murió de un ataque al corazón, mi querido doctor. Sin dinero, sin amor, lo único que me dejó fue una autoestima de hierro, y un proyecto en el que él estaba obsesionado: formar una sociedad diferente, lo que se traduce en que heredé una especie de secta benigna. Sus miembros eran algo obstinados, y no permitieron que yo permaneciera al margen de ella. No tenía secreto su funcionamiento, convertían a pobres infelices en fuertes personas, y las utilizaban para conseguir, más que dinero, poder. Realmente no se hacía daño a nadie, aunque algo de aprovechamiento sí que había, sinceramente. Enseguida sus seguidores fueron aumentando: y es que, como decía mi difunto marido, pobres infelices hay unos cuantos, fruto de distintas ideologías, pues la propia sociedad es la máquina de hacerlos. Su secreto: aunar fuerzas para conseguir poder. Teníamos que distinguir y escoger a estos pobres infelices, y durante un periodo de tiempo, le dábamos unas especie de cursos para espabilarlos, después los devolvíamos, otra vez, a la sociedad, con la promesa de ayudar a la causa. Me convertí en la cabecilla de una red de personas dispuestas a cambiar el mundo, hacerlo más fuerte y justo. O sea, un peligro para la humanidad. Utilizábamos algunas técnicas mafiosas, lo reconozco, pero no distintas a las de un partido político, por ejemplo. Así que, terminé siendo una prófuga de la justicia paradójicamente, pues justicia mundial era lo que perseguíamos.

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